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LA CORTESÍA Y LA BONDAD

Destierra la mitad de los males

El principio inculcado por la orden de ser "sinceramente afectos los unos hacia los otros", viene a ser el fundamento mismo de la felicidad doméstica. En toda familia debiera reinar la cortesía cristiana. No cuesta mucho, pero tiene poder para suavizar naturalezas que sin ella se endurecerían y se llenarían de asperezas. Una actitud que cultive una cortesía uniforme y la disposición a obrar con los demás como quisiéramos que ellos obrasen con nosotros, desterraría la mitad de los males de la vida.

Comienza en la casa

Si queremos que nuestros hijos practiquen la bondad, la cortesía y el amor, nosotros mismos debemos darles el ejemplo.

Aun en las cosas pequeñas, los padres deben manifestarse mutuamente cortesía. Una bondad universal debiera ser la ley de la casa. Nadie debiera expresarse con rudeza ni con palabras de amargura.

Todos pueden poseer rostro animado, voz suave, modales corteses, y éstos son elementos de poder. Los niños son atraídos por una conducta animosa. Mostradles bondad y cortesía y ellos manifestarán el mismo espíritu hacia vosotros y entre sí.

Hace del hogar un paraíso

Al hablar bondadosamente a sus hijos y al elogiarlos cuando tratan de obrar bien, los padres pueden alentar sus esfuerzos, hacerlos muy felices y rodear a la familia de un círculo encantado que rechazará toda sombra e introducirá la alegre luz del sol. La bondad y la tolerancia mutuas harán del hogar un paraíso y atraerán a los ángeles santos al círculo familiar; pero ellos huirán de una casa donde se oyen palabras desagradables, irritación y contiendas. La falta de bondad, las quejas y la ira destierran a Jesús de la morada.

La esencia de la verdadera cortesía es la consideración hacia los demás. La educación esencial y duradera es aquella que amplía las simpatías y estimula la bondad universal. La así llamada cultura que no hace a un joven deferente para con sus padres, apreciativo de sus cualidades, tolerante con sus defectos, y solícito con sus necesidades; que no lo hace considerado y afectuoso, generoso y útil para con el joven, el anciano y el desgraciado, y cortés con todos, es un fracaso.

La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera cuya ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. ¡Oh, qué rayos de amabilidad y belleza se desprendían de la vida diaria de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su misma presencia! El mismo espíritu se revelará en sus hijos. Aquellos con quienes more Cristo serán rodeados de una atmósfera divina.

El mejor tratado de etiqueta

El más valioso tratado de etiqueta que jamás se haya escrito es la preciosa instrucción dada por el Salvador, con la expresión del Espíritu Santo, por medio del apóstol Pablo, palabras que deberían ser grabadas indeleblemente en la memoria de todo ser humano, joven o viejo:

"Como os he amado, que también os améis los unos a los otros".
"El amor es sufrido y benigno;
El amor no tiene envidia;
El amor no es jactancioso,
No se ensoberbece,
No se porta indecorosamente,
No busca lo suyo propio,
No se irrita,
No hace caso de un agravio;
No se regocija en la injusticia,
Mas se regocija con la verdad:
Todo lo sufre, Todo lo cree,
Todo lo espera,
Todo lo soporta.
El amor nunca se acaba" .

El amor inspira la cortesía verdadera

El cultivo más esmerado del decoro externo no basta para acabar con el enojo, el juicio implacable y la palabra inconveniente. El verdadero refinamiento no traslucirá mientras se siga considerando al yo como objeto supremo. El amor debe residir en el corazón. Un cristiano cabal funda sus motivos de acción en el amor profundo que tiene por el Maestro. De las raíces de su amor a Cristo brota un interés abnegado por sus hermanos.

No se aprende la verdadera cortesía por la manera práctica de las reglas de etiqueta. En todo momento deben observarse modales correctos; dondequiera que no haya que transigir con los principios, la consideración hacia los demás inducirá a adaptarse a costumbres aceptadas; pero la verdadera cortesía no requiere el sacrificio de los principios al convencionalismo. No conoce castas. Enseña el respeto propio, el respeto a la dignidad del hombre como hombre, la consideración hacia todo miembro de la gran confraternidad humana.

Los modales amables, la conversación animada y los actos del amor ligarán el corazón de los hijos con el de sus padres por los cordones de seda del afecto y contribuirán más a hacer atractivo el hogar que los adornos más raros que le oro pueda comprar.

La fusión de los temperamentos

Concuerda con lo ordenado por Dios que se asocien personas de diversos temperamentos. Cuando esto sucede, cada miembro de la familia debe considerar y respetar como sagrados los sentimientos y derechos ajenos. Así cultivarán la consideración y la tolerancia mutuas, se subyugarán la armonía, y la fusión de los variados temperamentos beneficiará a cada uno.

Nada expiará la falta de cortesía

Los que profesan seguir a Cristo y son al mismo tiempo rudos, carentes de bondad y descorteses en sus palabras y conducta no han aprendido de Cristo. Un hombre brusco, intolerante y criticón no es cristiano; porque ser cristiano es ser semejante a Cristo. La conducta de algunos que profesan ser cristianos carece tanto de bondad y cortesía que se habla mal aun de lo bueno que tengan. No se puede dudar de su sinceridad ni de su integridad, pero la sinceridad y la integridad no expiarán la falta de bondad y cortesía. El cristiano ha de manifestar simpatía y al mismo tiempo que es veraz, compasivo y cortés, debe ser también íntegro y sincero.

La verdadera cortesía ilumina el mundo

Si somos corteses y amables en casa, nos acompañará el sabor de una disposición placentera cuando nos ausentemos del hogar. Si manifestamos tolerancia, paciencia, mansedumbre y fortaleza en el hogar, podremos ser una luz para el mundo.