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ABUSO DE MENORES

Carta a un hermano

Querido hermano: Acabo de leer su carta con fecha del 26 de abril. Quiera el Señor ayudarme para que pueda escribirle con palabras que lo ayuden en su restauración, no en su destrucción.

Me siento triste, muy triste por Ud. El pecado, hermano mío, es pecado; es la trasgresión de la ley; y si yo tratara de quitarle importancia a ese pecado ante Ud., no le estaría haciendo bien alguno. Como cristiano, Ud. está dañando su propia alma. Toda su experiencia religiosa ha sido rebajada, y Ud. no puede ejercer fe y confianza en Dios mientras tenga pensamientos impuros y manos contaminadas. La tarea debe comenzar por el alma y entonces obrará en el carácter. Su mente y su corazón están contaminados, de manera que tal tarea le parecerá aborrecible. Se trata de un gran pecado, particularmente para alguien que profesa estar predicando el evangelio de Cristo.

Este tipo de pecado me ha sido presentado como originador de contaminación moral. ¿Cuál puede ser la impresión de los jóvenes cuyos cuerpos Ud. degrada por sus acciones? ¿Cómo puede ser pastor de ovejas y corderos cuando corrompe sus mentes, manchando y desvirtuando su sentido moral? ¿Consideraría Ud. este asunto tan livianamente como lo ha considerado, si un ministro del  evangelio, como el pastor W, hiciera lo mismo con una de sus hermanas o con sus hijos? A la vista de Dios esto es un crimen y yo no puedo cubrirlo como si fuera un asunto sin importancia. Es pecado de sodomía. Es corromper y contaminar en todas las direcciones y una abominación a la vista de un Dios santo. Es practicar la iniquidad.

Cualquier persona joven que someta su cuerpo para ser manoseado por un hombre, de ninguna manera está habilitado para el reino de los cielos. Toda esta práctica vil y comunitaria es la que está arruinando a nuestros jóvenes. ¿La llevaría a cabo Ud. en el cuerpo de sus propios hijos? ¿No consideraría como incesto el descubrimiento de su desnudez? Todos los que hacen tales cosas están conduciendo a las jóvenes a prácticas abominables. Yo sé a qué conducen. Llevan a las prácticas lujuriosas y concupiscentes. Considere cómo puede Ud. deshonrar y degradar la verdad. Dios detesta tales pecados. ¿Cómo puede Ud. hacer estas cosas y al mismo tiempo predicar la Palabra a los pecadores, siendo Ud. mismo un pecador?

Sé muy bien cómo considera Dios esos pecados. Ud. es un hombre casado, un ministro del evangelio que conduce a los corderos del rebaño a prácticas sodomitas. Por el amor de Cristo, no ponga en práctica otra vez esa obra impía destruyendo así su propia alma y las de otros. Está bien que no se le haya permitido continuar con esta práctica horrible y corrupta. No es un pecado liviano. No se puede medir el efecto sobre la mente de quien se sometió a sus manoseos. Los seres humanos son propiedad del Señor, y llevar a cabo cualquier acto que los corrompa es un insulto terrible a Jesucristo, quien dio su vida por esas preciosas almas con el fin de que no perezcan en sus pecados, sino que tengan vida eterna; y tales acciones pueden arruinar las almas por las cuales Cristo murió. ¿Continuará Ud. con esa obra de arruinar las almas?

Contemplando a Jesús, el autor y consumador de su fe, Ud. podrá lograr valor en el Señor. Sabemos que el fin de todas las cosas está próximo. Vengo a Ud. como médica de almas; le digo que no es posible que actúe como ministro. ¿Qué está Ud. haciendo? Conduciendo a mujeres jóvenes al árbol del conocimiento de las malas prácticas y enseñándoles a arrancar la fruta que es, toda ella, mala. Esto es llevar a cabo la obra de Satanás en la forma más eficaz. Es envenenar las mentes y llenarlas de fantasías de una imaginación no santificada.

Estos son los mismos pecados que corrompieron a Sodoma. Sus malas acciones no se manifestaron súbitamente. Un hombre y una mujer comenzaron a entorpecerse con hábitos no santificados y corruptos. Luego, a medida que la gente iba estableciéndose en Sodoma, ambos hicieron lo que Ud. ha estado haciendo: enseñar a otros esos hábitos prohibidos por Dios. Y así, a medida que se multiplicaba la población, aquellos ministros de pecado continuaron educándolos en sus propias prácticas contaminadoras hasta que, si alguna persona entraba en contacto con ellos, su primer pensamiento era el de instruirlos en su obra inicua, hasta que Sodoma llegó a ser renombrada por su corrupción. Sus pecados alcanzaron el cielo, y el Señor no los soportó más. Los destruyó junto con todo lo hermoso que la hacía un segundo Edén, porque la tierra se había contaminado por sus habitantes.

Esos cuerpos que Ud. manoseó son propiedad adquirida de Jesucristo. Sé que ése es su pecado, pero sé también que, si la verdad hubiera estado entronizada en su corazón, ella le habría hecho aparecer el pecado en su verdadera dimensión pues cuando la verdad se introduce en el templo del alma, expulsa del corazón la concupiscencia y la contaminación moral...

Ud. afirma que no ha cometido adulterio. Dios imputa adulterio en contra de cualquiera que haga esas cosas, y cualquiera que comunique a otro esas prácticas viles corrompe esa alma con fantasías viles. ¿No puede Ud. percibir y entender que, con lo que hace, está dirigiendo a los jóvenes a la masturbación? Les ha dado la fruta del árbol del conocimiento [del bien y del mal], y cada maldad que les haya sido enseñada los lleva a participar del fruto del árbol del conocimiento [del bien y del mal] que Dios prohibió que se comiera...

¿Qué palabras podría yo usar para expresarle la enormidad de ese terrible pecado? ¿Cómo podría yo presentarle el asunto para que no lo considerara como lo ha hecho, como si no fuera un gravísimo error? Tengo nietas, las hijas de mi hijo W. C. White. Si yo fuera forzada a elegir entre que esas niñas fueran expuestas a esas tentaciones, instruidas en esas malas prácticas, o que fueran segadas por la muerte, yo diría que es preferible que mueran en su inocencia. Que no sean corrompidas comiendo las manzanas de Sodoma...

Si Ud. se tomara de Cristo por medio de una fe viviente, y humillara su alma en su presencia, él tomaría su caso en sus manos y los ángeles lo guardarían. Pero para ello Ud. necesita resistir al diablo. Tiene que educarse en una línea de pensamiento diferente. No deposite su confianza en Ud. mismo. Nunca procure la compañía de mujeres o señoritas. Manténgase alejado de ellas. Su gusto moral está tan pervertido que se arruinará a Ud. mismo y a muchas almas si no se torna íntegro, Eduque su mente para que estudie la Palabra de Dios. Estúdiela con todo su corazón y ore mucho. La vida eterna vale el esfuerzo perseverante, incansable de una vida. Eduque esa mente que Ud. ha usado mal y que ha dirigido por canales erróneos de pensamiento. Edúquela para que se espacie en la vida, el carácter y las lecciones de Cristo.

No se imagine que lo peor que puede ocurrirle a Ud. es la pérdida de sus credenciales. Ud. no es digno de que se le confíe el cuidado del rebaño. Ud. debe saber esto sin que yo tenga que decírselo. Se le está concediendo un corto tiempo de prueba; haga lo mejor que pueda escudriñando la Palabra. Cada una de las bendiciones despreciadas es una gran pérdida para Ud., pero si se coloca en una posición correcta con Dios, puede recibir ahora mismo el perdón del pasado. No permita que su futuro mantenga el borrón negro del pasado...

Ud. me pregunta si debe hacer una confesión pública. Mi respuesta es: no. No deshonre al Maestro haciendo público el hecho que un ministro de la Palabra es culpable de un pecado como el que Ud. ha cometido. Ello sería una desgracia para el ministerio. De ninguna manera dé publicidad al asunto. Al hacerlo, cometería una injusticia contra la causa de Dios. Ello haría surgir pensamientos impuros en la mente de muchos de los que oigan repetir tales cosas. No contamine sus labios comunicándole el asunto a su esposa, avergonzándola y haciéndole bajar su cabeza de tristeza. Vaya a Dios y a los hermanos que conocen este terrible capítulo de su experiencia y dígales lo que tiene que decirles, y luego permita que se ofrezcan oraciones en su favor. Cultive la sobriedad. Condúzcase cuidadosamente y ore siempre. Trate de adquirir fibra moral y repita: "No deshonraré a mi Redentor".- Carta 106a, 1896.