EL NIDO DE RATAS

Corría 1960. Por aquél entonces vivía con mi familia en una colonia rural de la provincia de Entreríos, Argentina. Éramos ocho: mis padres, cinco hermanos y yo. Todos gozábamos intensamente la vida libre y natural de la campaña.

Los sábados mamá se levanta más temprano que de costumbre y preparaba todo para que, juntos, pudiéramos asistir a la iglesia.

A nosotros, los niños, nos agradaba ir a la escuela sabática, pues escuchábamos bellas historias de la Biblia y aprendíamos cantos alegres e inspiradores.

Papá no venía con nosotros, más aún, no le agradaba que fuéramos.

Muchas veces, al volver, nos castigaba duramente. Pero nos sentíamos felices de encontrarnos con Dios en aquella capilla. Ésta distaba 6 Km. de casa, que recorríamos a pie, mientras cantábamos y observábamos las maravillas que Dios había creado para nuestro regocijo.

Cierto sábado, al volver a casa, encontramos a papá muy enojado. Esperábamos recibir de él el castigo acostumbrado en esas ocasiones, pero, para nuestra sorpresa, no nos castigó físicamente. En cambio, nos impuso una pena mayor. Juntó todas las revistas y diarios de la casa, hizo desaparecer también la Biblia de mamá y nuestros himnarios. Por mucho tiempo no supimos nada de ellos.

Meses después, el galpón donde guardábamos las bolsas de maíz se pobló de ratones. Estos roedores son tan voraces que destruyen y malogran todo lo que encuentran a su paso.

Fuimos sacando las bolsas de cereal una a una, y cuando ya llegábamos al final, encontramos el enorme nido de ratas que debíamos quemar.

La destrucción en la zona del nido había sido total. Papá comenzó a reírse a carcajadas. Lo miré sorprendido por esa actitud, pero él continuaba riéndose mientras decía: "Ahí estaba la Biblia de tu madre. Seguramente está tan roída como todo lo que hay en ese nido. El Dios de Uds. no pudo cuidar ni su propio libro. Los ratones lo han destruido".

Yo sabía que Dios podía proteger su Libro, si lo deseaba. Y en ese momento desee ardientemente que el Señor hiciera un milagro para que mi padre pudiera creer. En mi interior sentí como si alguien me dijera que desarmara el gran nido de roedores, que llegara hasta el centro... Tomé una horquilla y comencé a romperlo. Grande fue mi sorpresa, y mayor aún mi emoción, cuando llegué al centro de la madriguera y comencé a separar los restos y desperdicios. De pronto, la Biblia de mamá se mostró entera y sana ante nuestros ojos. ¡Ni un solo milímetro de sus hojas había sido atacado por los ratones!

Rescaté la Biblia, la tomé entre mis manos y, con lágrimas de agradecimiento al Señor, se la devolví a mamá. Papá se quedó sin palabras... mientras yo sentía que mi fe se agigantaba y fortalecía.

Dios había protegido su Palabra tan ciertamente como nos protege a ti y a mí cada día. Por eso CREO EN DIOS.

 
José Albretch (Sourdeaux, Buenos Aires, Argentina)